J oaquín salió de golpe de su amodorramiento, con la edad las siestas mañaneras se habían vuelto más frecuentes. El parón no era como otras veces, su moderno tractor repetía terco el intento de pasar por el mismo sitio, en vez de rodearlo, que para eso estaba programado en sus sistemas de conducción automática. Le costó un mundo levantarse, su artritis le pinchaba hoy con toda su furia, bajarse del vehículo le suponía abandonar su única zona de bienestar, allí se sentía en el paraíso con la temperatura regulada, asiento mullido, música relajante y el traqueteo que le acunaba. Cuando bajó y revisó el terreno no se lo podía creer, el obstáculo que había impedido el avance de su monstruo de cuatro ruedas y un montante en dinero invertido superior al valor de su propia vivienda, era un montón de barro que se podía apartar de una sola patada. Y así lo hizo, un puntapié al terrón y este se deshizo en mil pedacitos. El segundo puntapié fue directo al tractor seguido de un “trasto inútil”...