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LA CÁPSULA DE CRISTAL

 Joaquín salió de golpe de su amodorramiento, con la edad las siestas mañaneras se habían vuelto más frecuentes. El parón no era como otras veces, su moderno tractor repetía terco el intento de pasar por el mismo sitio, en vez de rodearlo, que para eso estaba programado en sus sistemas de conducción automática. Le costó un mundo levantarse, su artritis le pinchaba hoy con toda su furia, bajarse del vehículo le suponía abandonar su única zona de bienestar, allí se sentía en el paraíso con la temperatura regulada, asiento mullido, música relajante y el traqueteo que le acunaba. Cuando bajó y revisó el terreno no se lo podía creer, el obstáculo que había impedido el avance de su monstruo de cuatro ruedas y un montante en dinero invertido superior al valor de su propia vivienda, era un montón de barro que se podía apartar de una sola patada. Y así lo hizo, un puntapié al terrón y este se deshizo en mil pedacitos. El segundo puntapié fue directo al tractor seguido de un “trasto inútil” que solo sirvió para que Joaquín terminara con dolor de pie.

Iba a volver a su edén cuando vio la cápsula de cristal, una pequeña bola como las que salían de las máquinas de los bares para regalar a niños una efímera ilusión por el obsequio que van a encontrar de ellas, la misma que sintió el veterano agricultor cuando se dispuso a abrirla. ¿Qué maravilla le esperaba?, pero la maravilla era un papel impregnado de motas de barro, Joaquín lo sacudió e intentó leer su contenido, pero había dejado sus gafas en el tractor, se subió de nuevo, se acomodó en el sillón, conectó el piloto automático, la música, sacó las gafas de su funda y se dispuso a descifrar el escrito.

“Alguien morirá, algo se borrará y tendrás que elegir un nuevo nombre, entonces volverás a dar vida, solo tienes que cerrar los ojos y soñar para que la semilla del bien crezca fuerte” y debajo de estas frases un extraño nombre que por más que lo intentó, no consiguió pronunciar.

Joaquín se quedó pensativo, alzó sus lentes sobre la cabeza. ¿Qué significaría esto? Será un juego de niños o de esos jóvenes de ahora que no saben en qué invertir el tiempo. Miró al horizonte, las nubes ocuparon el cielo y una fina lluvia empezó a caer creando el mayor arco iris que jamás había visto. Los párpados se volvieron cada vez más pesados y con ese espectacular firmamento grabado en la retina Joaquín se durmió, y soñó.

Bakari, lloraba desconsoladamente, su mujer o su hija no nata debían de ser sacrificadas en beneficio de la otra, el parto se había complicado, así se lo había comunicado el médico de la ONG que había acudido a su poblado a atender la urgencia, no tenían los suficientes medios para salvarlas a las dos y ahora él debía elegir, pero no podía. Shadia, su esposa, el amor de toda la vida, había sido su compañera fiel, se habían unido tarde para las costumbres locales, la madre tierra no había tenido a bien dotarles con descendencia, pero a pesar de todo, ellos se sentían dichosos de poder estar el uno con el otro trabajando codo con codo para sacar adelante su pequeña familia de dos. Cuando se produjo el milagro y Shadia quedó embarazada, se sintieron las personas más felices del universo. ¿Qué más se podía pedir? Pero ahora un doctor, un extranjero, un kigeni venido del país de los blancos, le dice que debe decidir entre lo que más quiere y su deseo más profundo: tener un sucesor, una hija a la que ya adora antes de nacer, no puede elegir, es demasiado para él y se derrumba.


El doctor no puede esperar, en un momento morirán las dos,  desinfecta el escaso material médico que puede reunir y practica a la mujer una cesárea de emergencia. La niña no respira, intenta una reanimación, pero después de unos minutos la abandona, es inútil, está muerta y la madre aún tiene pulso, deja el bebé muerto tumbado en la cuna de cañas y plumas que sus padres habían preparado con todo el amor que cabía en sus cuerpos y dedica todos sus esfuerzos a Shadia que poco a poco pierde el pulso.  Joaquín despertó de golpe, aquello no había sido un sueño, era muy real, lo que era seguro es que había estado allí. Podía recordar cada detalle del poblado y de la casa, las lágrimas de Bakari habían empapado su pantalón, olió la sangre del bebé y la de su madre, sintió la desesperación del doctor, él era cada uno de los personajes y su angustia era la suya. Sacudió la cabeza desconcertado, estaba de nuevo en el tractor, se desperezaba cuando vio la nota en el salpicadero. Le costó unos segundos recordar de donde procedía y lo que contenía. La releyó , pero faltaba algo, era aquel nombre impronunciable que aparecía al final, no había otra explicación, se había borrado y debía restituirlo, pero cómo. El dolor de cabeza se hizo cada vez más intenso, miles de lucecitas inundaron su cerebro, se tapó los oídos para no escuchar los siseos que salían de dentro de las luces, pero era tan intensa la vibración que no podía soportarlo, hasta que uno de los destellos brilló sobre los otros y salió de su cabeza. Joaquín cogió un bolígrafo y escribió en la nota de la cápsula el nombre que murmuraba la luminaria que ahora sí podía escuchar con nitidez. De nuevo estaba soñando.

El médico limpiaba a Shadia, tras entrar en parada, le practicó  un masaje torácico que agotó sus fuerzas, estaba a punto de abandonar cuando la sangre volvió a circular bombeada por un corazón que comenzó de nuevo a latir, el sonido de la respiración de la mujer sonó a melodía celestial para el joven doctor, había salvado por lo menos una vida. Bakari entró deprisa en la cabaña, lo último que recordaba antes de desmayarse era una luz que buscaba un cuerpo. El médico le dijo que su mujer estaba bien, Bakari le abrazó, lloró en su hombro y le pidió perdón por haber dudado de él. Se acercó a su mujer, la acarició y la besó, se aproximó a su oído y le habló con ternura para decirle cuanto la quería. Le preguntó por la luz, que había entrado en su cuerpo, pero Shaida le contestó con dulzura que no había sentido ninguna luz dentro de ella, Bakari instintivamente se volvió hacia la cuna y el llanto de un bebé resonó por todo el poblado.

Fue el vecino, el compañero de fatigas y de cartas de Joaquín el que desconectó la llave del tractor, el cuerpo de su amigo yacía plácidamente recostado en su trasto inútil como le solía llamar,  la mirada perdida en el horizonte y una mueca de haber tenido un buen final. Le cerró los ojos mientras con una sonrisa le dijo “al final ganaste  la apuesta viejo cabezota y te fuiste antes que yo”.

La señora Chang llevaba toda la vida en su puesto limpiando y preparando pescado, nunca había tenido mucha suerte en la vida, siempre le hubiera gustado que se la recordara  por haber hecho algo importante, por eso cuando vio la cápsula de cristal dentro de la merluza que acababa de abrir en canal pensó que su fortuna había cambiado.


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