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EL BAZAR

Desde que construyeron la autopista cada vez pasaba  menos gente por el pueblo,  lo que  suponía un hándicap para la mayoría de personas, no lo era para Shazia. Ella buscaba un lugar fértil para poder cultivar  su huerto y sosegado para reposar su alma, pero tampoco podía estar muerto, la intención era  montar  un bazar y para ello tenía que estar habitado, en un primer vistazo parecía el pueblo ideal. Otra cosa era la opinión de su hijo Mayan,  a sus 21 años seguía estando con ella, aunque no entendía muy bien su filosofía y se quejaba de sus decisiones sobre los emplazamientos que elegía para vivir, por él estarían en grandes ciudades donde pudiera relacionarse con otros jóvenes de su edad. Mayan siempre se juraba así mismo que esta sería la última vez que seguiría a su madre, pero cuando la miraba a la cara sabía que no podría separarse de ella, aunque esta vez no sucedió, no sonó  esa vocecita que le repicaba en la cabeza diciéndo que debía continuar a su lado.

 Aparcaron su furgón en lo que parecía ser el centro del pueblo, una plaza, con una iglesia semiderruida a la que rodeaban unas cuantas casas y locales, la mayoría de ellos cerrados y el resto con escasos síntomas de estar habitados. Caminaron hasta el edificio más alto donde un cartel, al que le faltaban un par de letras, anunciaba que estaban delante de la casa del pueblo. Un portalón de madera cerraba el paso al edificio, golpearon la puerta con el aldabón de metal, pero obtuvieron la misma respuesta. Nada. Vayamos a dar una vuelta – indicó Shazia a su hijo. 

 Apenas habían caminado unos pasos cuando un ruido de motor atrajo sus miradas. Un hombre subido en un pequeño tractor apareció por la carretera por donde ellos habían llegado. 

-¡Buenas tardes! – saludó el hombre mientras se bajaba del tractor – ¿Qué les trae por este pueblo olvidado?

 ¡Buenas tardes! buscamos un sitio para establecernos – respondió Shazia

-¿Cuántos son?

-Mi hijo y yo

-¿Qué tienen que ofrecer?

-Mi hijo es mecánico y podría montar un taller. Yo necesito una casa con huerto para sembrar mis plantas y un local para vender mis productos 

-¿Qué productos son esos?

-De todo un poco, ropa, útiles para la casa, lámparas… ya sabe, cosas de bazar

-A la entrada del pueblo hay una nave y una casa bastante grande que pueden servir para lo que quieren, pueden quedarse con ellas

-No tenemos mucho dinero, ¿por cuánto nos las alquilarían?

-Da igual el dinero, yo soy el propietario y se las cedo, simplemente con que las arreglen ya me siento pagado. Tampoco creo que se queden mucho tiempo aquí. 

-¿Por qué?

-Sólo tiene que mirar a su alrededor , ¿le parece que en este pueblo dejado de la mano de Dios, puede hacerse rica?

-No quiero hacerme rica sólo busco un poco de paz

-Pues de eso tenemos de sobra

Cuando cayó la noche Shazia y su hijo ya habían acondicionado lo suficiente la zona dedicada a vivienda como para poder cenar y dormir. Como casi todos los días los dos se sentaron al raso para poder contemplar el cielo mientras se tomaban una infusión y fumaban un cigarro aromático.

-¡Hoy está especialmente hermoso el firmamento! – comentó la mujer en voz alta

- lo está – afirmó Mayan con la cabeza gacha sin mucho convencimiento – Por precioso que esté nunca me quedaría a vivir aquí

-Nunca se puede predecir donde encontraremos nuestro lugar

Por la mañana apareció el propietario, montado en su tractor de juguete como le gustaba llamarlo, pero esta vez no iba sólo. Una mujer joven y una niña le seguían montadas en unas bicicletas. Oyó ruidos en la nave grande y fue directamente hasta allí, mientras las dos jóvenes bajaron de sus bicis y se encaminaron a la casa.

-¡Hola chico! 

-Mayan. Mi nombre es Mayan

-Claro Mayan, mi nombre es André, no nos habían presentado – se excusó el propietario- Escuché ruidos desde fuera y supuse que necesitarías ayuda.

-Siempre son bienvenidas un par de manos – asintió Mayan

André se percató enseguida que el chico no era muy hablador, intentó sonsacarle información sobre su lugar de origen y el motivo que les había traído allí, pero solo obtuvo un “mi madre es la única persona que de verdad conozco, siempre la he seguido y procuro olvidar lo que sucedió en el lugar anterior”. El hombre siguió con su labor de ayuda sin intercambiar más palabras de las necesarias, aunque en su mente rondaba la idea de volver a abordar al chico cuando se presentará la ocasión

 La mujer jovencita y la niña vieron la puerta de la casa abierta, llamaron pero nadie les contestó, entraron con cuidado

-¿Hay alguien?

No hubo respuesta, por lo que decidieron adentrarse un poco más. Al final del pasillo la vivienda daba a la parcela donde supusieron que la nueva inquilina querría poner el huerto según les había contado su padre.

- ¡Hola! ¿Hay alguien? – repitieron varias veces al unísono

En vista de que no parecía haber nadie, se dispusieron a volver sobre sus pasos, pero fue darse la vuelta y encontrarse con Shazia plantada con una bandeja con bebidas y pastas en el umbral del acceso de la parcela a la casa. Ambas soltaron un gritito de sorpresa por el susto


  • Sois mi primera visita. y me gustaría agasajaros como corresponde – dijo la forastera  a modo de bienvenida – Yo soy Shazia y vosotras debéis ser Anoük y la pequeña Olivia

- ¿Cómo conoce nuestros nombres? – preguntó la mayor de las dos con cara de incredulidad

-Yo sé muchas cosas – respondió Shazia con una sonrisa pícara

-¿Es usted una bruja mala? – preguntó la pequeña Olivia mientras se escondía detrás de la mayor

- ¡Noooo!  Simplemente he vivido lo suficiente  como para adivinar los nombres,  cuando aprendes la técnica para hacerlo resulta muy sencillo.

- ¿Me enseñará cómo se hace? – inquirió la pequeña

-Claro, cuando sea el momento te mostraré cómo se hace.

  Shazia instruyó a las jovencitas en el ritual del té  y sus propiedades, después les mostró su huerto explicando las propiedades de las plantas y frutos que pensaba plantar en él. Las chicas se quedaron embobadas con la charla de la extraña mujer y se les pasó el tiempo volando. La voz de André sorprendió a todos. 

- Chicas ¿Estáis ahí?

- Sí papá - contestó Anoük . 

-Si tío André – contestó Olivia

- Vamos a casa que esta familia tendrá que descansar 

 André recogió a las dos pequeñas. Antes de salir por la puerta Shazia regalo a cada una de las niñas una pulsera. Para mis primeras clientes dijo mientras se las colocaba en sus muñecas. Olivia meneó la muñeca haciendo sonar los pequeños cristalitos que adornaban la pulsera y en un impulso besó a Shazia. 

En ese momento entró Mayan, André hizo de maestro de ceremonias ante su hija y su sobrina. Shazia notó enseguida el chispazo apenas imperceptible que iluminó las miradas de Anoük y su hijo cuando se saludaron.

 Esa noche con su té y su cigarrillo aromático la conversación entre madre e hijo transcurrió por los mismos derroteros pero matizada por los acontecimientos del día.

- ¿Qué te ha parecido la familia? - preguntó Shazia

- ¿A cual te refieres?

- ¡jajajaja!¿Cuántas familias has conocido hoy? , yo sólo he visto a una

- Bueno el hombre es muy preguntón, trató de sonsacarme información, pero después trabajó mucho y me sirvió de ayuda

- ¿Y Anoük la hija?

- La veo muy estirada, ¿por qué lo preguntas? - contestó Mayan al que le habían aparecido unas tenues manchas rosadas en las mejillas

- porque hace una noche preciosa para los corazones extraviados

Mayan hizo un gesto de fastidio fingido y regresó a la casa.


El día amaneció oscuro, enseguida una lluvia fina  hizo acto de presencia. Al cabo de una hora la llovizna ya se había transformado en un aguacero persistente.  Shazia salió de su refugió de plantas, dejó que el agua empapara su frente, sonrió, la lluvia era un buen augurio. 

Escuchó el motor ronco de un coche, lo primero que pensó el chico es que no se tardaría en gripar, pronto estaría echando humo por todas partes sino se trataba ahora. El vehículo aparcó en la entrada de la tienda. Primero salió una mujer de pelo moreno y corto, se desplazó con prisa a la parte trasera del coche, abrió el maletero y sacó un enorme paraguas. Ya cobijada abrió la puerta del copiloto para proteger la salida del otro pasajero, una mujer delgada, de pelo castaño recogido en una coleta. Shazia observaba la escena tras el cristal, estaba claro que iban a entrar en su bazar, se apresuró a despejar la entrada para que las dos mujeres pudieran acceder sin problema

- ¿Tienen lámparas? - preguntó a bocajarro la mujer de pelo corto.

- ¡Buenos días! - contestó Shazia poniendo una sonrisa irónica por la ausencia de cortesía de la mujer. - Por supuesto que tenemos lámparas

- Queremos de esas que alumbran mucho, consumen poca electricidad y son fáciles de colocar - prosiguió la mujer de pelo corto con su tono malhumorado

- De esas no tenemos, por su descripción parecen bombillas más que lámparas

- ya te decía yo que no era buena idea entrar en un pueblo que ni siquiera está anunciado en el mapa - dijo la mujer del pelo corto dirigiéndose a su acompañante

- De todas formas les puedo ofrecer un candil. Alumbra como el que más, no gasta nada de electricidad pues funciona con un pequeño depósito de gas recargable y se transporta a cualquier parte. Tiene un asa muy cómoda y no pesa nada. Además se puede cambiar el color y la intensidad de la luz incluso sirve de ambientador con los frasquitos de polvos como incienso, jazmín, o rosas que regalamos con la compra del candil, mezclados con el gas podrá mantener siempre aromatizada su casa.

- Vámonos, aquí no encontraremos nada, que te puedes esperar de una tienducha como esta - rugió la mujer malhumorada mientras tiraba del brazo de la otra mujer 

 Iban a salir pero encontraron a Muyan taponando la puerta.

- ¿Es suyo ese coche? - preguntó Muyan de forma retórica, no podía ser de nadie más. - Ese motor necesita una revisión urgente o les dejará tirados en cualquier momento y les recuerdo que no hay ningún taller en kilómetros

- ¿Quién es este? ¿Es que también nos quieren vender un coche? - bufó la mujer con su eterno malhumor. - vete y no nos molestes más.

- ¡Espera! - ordenó con voz firme la mujer de la coleta - ¿Estás seguro de lo que dices muchacho?

- Si - contestó Mayan sin dudarlo

- ¿Tú podrías arreglarlo?

- Creo que si, aún no se me ha resistido ningún motor - dijo Muyan orgulloso

- Está bien, soluciónalo. Ana ve con él y no le molestes mientras trabaja, sólo asegurate que el coche sea capaz de circular sin problemas- ordenó la mujer de la coleta con firmeza.

 Dos horas más tarde, las dos mujeres salían del pueblo con un motor que sonaba a gloria y un candil para iluminar su casa que también tenía el poder de apaciguar los malos humores, pero eso lo tendrían que descubrir ellas, Shazia nunca lo mencionó.

 Por la tarde aparecieron otros clientes, se trataba de una pareja de avanzada edad. Eran del pueblo, llevaban allí toda la vida, su hijo fue de los últimos en irse, al enviudar se quedó con dos pequeños que no tenían porvenir en aquel sitio dejado de la mano de Dios, el padre llenó el coche con lo que pudo y marchó a la ciudad con sus hijos. Los abuelos ya no tenían fuerzas para seguirlos, se quedaron allí como guardianes de los recuerdos. Todo eso y muchas más cosas contaron alrededor de una taza de té y unas pastas con las que les agasajó Shazia. Al final compraron una gramola que les recomendó la tendera junto con una colección de discos antiguos, así podrían hacer lo que más les gustaba en esta vida, bailar juntos. Muyan les llevaría más tarde el encargo. Cuando la hicieran funcionar descubrirían que la música que salía de esa gramola aliviaría sus articulaciones aligerando la artritis, sus movimientos se tornaron gráciles, volarían hasta el salón de baile, que por entonces funcionaba en el pueblo, donde empezaron a enamorarse y bailaron hasta el amanecer. Nada de eso se lo dijo Shazia, lo averiguaron con el compás de la música.

 Cuando caía la noche la tienda tuvo una nueva visita, pero esta vez no eran posibles compradores, se trataba de André acompañado de su hija y su sobrina. Traían una empanada, vino y pastelitos. La puerta estaba abierta, entraron y André repitió varias veces "¿hay alguien?" con su vozarrón. "Si, ya voy" se escuchó desde la parte trasera de la tienda

-  ¡Hola! Que sorpresa - saludó Shazia

- Os hemos preparado algo de cena - dijo la pequeña Olivia

- Lo tenéis muy merecido. Creo  habéis tenido vuestros primeros clientes de fuera del pueblo - añadió André

- ¡Oh qué amables!- exclamó Shazia dando palmaditas a modo de aplauso - Mayan está aún en el taller. ¿Quieres ir a avisarle Anoük? mientras tu padre y está niña tan bonita y simpática preparamos todo para la cena. La joven enseguida asintió con la cabeza y salió en busca de Mayan, Shazia vislumbró chispitas en su mirada.

 El chico estaba limpiando y colocando sus herramientas cuando le sorprendió una voz que provocó que se le cayera una llave inglesa en el pie, obligándole a dar saltitos y poner caritas por el dolor. Anoük río con carcajadas silenciosas.

- siento haberte asustado. ¿Te has hecho daño?  - dijo la joven tapándose la boca para disimular su sonrisa 

- No ha sido nada, me has pillado desprevenido. No esperaba a nadie - contestó el mecánico aguantando el dolor para hacerse el fuerte

- Os hemos traído algo de cena, tu madre me ha pedido que viniera a decírtelo

- Genial. termino de recoger las herramientas y vamos para allá

- No hay prisa, tardarán un ratito y me intriga ver cómo has cambiado esta nave. Si me enseñas tu taller podré ayudarte a colocar herramientas

   Muyan en un impulso tomó la mano de Anoük y comenzó a mostrarle cada rincón de su taller,  La joven estaba encantada con los comentarios de su nuevo amigo. Los nervios hicieron que a los dos les sudaran las manos pero ninguno quería soltarse.

- Tio André, Shazia ha prometido enseñarme a adivinar el nombre de las personas, ayer acertó el mío - dijo la pequeña Olivia

- Esta mujer es un pozo de sorpresas - respondió el hombre sin hacer demasiado caso a la pequeña

 Estaban los tres sentados alrededor de una mesa que hacía tiempo que ya habían preparado, esperaban a que llegaran los jóvenes para empezar a cenar. André dio otro trago a su vaso de vino y se rascó la barbilla en un gesto nervioso.

- No te preocupes André. ¿A quién no le gusta charlar un rato con alguien de su edad? - comentó Shazia leyendo el pensamiento de André.

Poco después aparecieron, sabían que habían tardado un poco más de la cuenta y sus caras presentaban signos de sofoco.

- Perdonad, nos hemos entretenido pero es que Muyan me ha estado enseñando el taller que ha montado, bueno con tu ayuda tio André, os ha quedado fantástico, no sabía que pudieran existir tantos artilugios para arreglar los coches - habló Anoük atropelladamente

 André se contuvo para no hacer ninguno de los comentarios que se le pasaron por la cabeza. Shazia los apremió para lavarse las manos y sentarse a cenar porque ellos ya tenían hambre y la pequeña Olivia sólo lo miraba con una sonrisa picarona imaginando cómo se habrían besado. Todos sabían que el sofoco de los chicos no se debía sólo a las prisas. 

 La velada resultó muy amena, todos tenían cosas interesantes que contar y los que hablaban menos se miraban con más intensidad. Cuando terminaron de recoger Shazia y su hijo se sentaron a contemplar la noche, no hablaron mucho no hacía falta entre ellos. Esta vez la madre fue quien se retiró primero mientras que Muyan se quedó esperando encontrar la cara de Anouk en una estrella.

 La maestra había dado clases a varias generaciones de chiquillos y no tan chiquillos, el pueblo no daba para hacer muchas separaciones por edades, un año llegó a juntarse con cuarenta alumnos, entonces si los dividió en dos clases con horarios distintos, los que no habían cumplido trece años por la mañana y el resto, hasta los de diecisiete, los atendía por la tarde. Lo que parecía iba a ser una locura de trabajo resultó ser la experiencia más grata de su vida. Ella había nacido para la enseñanza, era su vocación y su vida, cuando cerraba el colegio aún tenía tiempo para dar clases a un par de adultos que por razones de la vida no habían podido escolarizarse. Con tanta actividad no echaba de menos los hijos que no podía tener, tampoco echaba de menos a su marido, un militar que no era de los que se quedaban mucho tiempo en un mismo sitio. Cuando ambos llegaron al pueblo, llevaban dos años casados, a ella la dejó instalada y él continúo a su nuevo destino bajo la promesa de volver, cosa que ambos sabían que no se iba a cumplir, por entonces ya conocían que nunca iban a tener hijos juntos, por tanto la despedida no fue nada luctuosa. André era una de las dos personas adultas que necesitaban ayuda académica, la otra era la hermana de André. La maestra los cuidaba con especial mimo, los adultos ya no eran esponjas como los jóvenes y la enseñanzas tardaban más en calar en sus mentes, por otra parte no podía usar los mismos códigos de aprendizaje para distintas edades, las experiencias vitales también eran una escuela de vida. André era un viudo con una preciosa niña, su mujer no pudo superar una neumonía vírica que acabó con ella poco después del parto. Su hermana estaba embarazada pero nada se sabía del padre, aunque todos sospechaban de aquel viajante guapo que estuvo durante unas semanas en el pueblo vendiendo seguros. La maestra fue poco a poco enamorándose de aquel hombre terco y rudo, pero también tierno y con una sonrisa que deshacía sus defensas. Un día la maestra declaró su amor por André, él también había caído en la red de aquella mujer tan guapa como culta con la que se sentía tan cómodo, pero la rechazó, el estar con otra mujer siempre le pareció una traición al verdadero amor de su vida. Los dos quedaron muy tocados, no hubo vencedores ni vencidos, los dos sufrieron por igual. El pueblo fue perdiendo habitantes y al final las únicas alumnas de la maestra eran la hija y la sobrina de André. Al final todos, salvo un puñado de nostálgicos marcharon buscando un mejor porvenir. André no marchó por las tierras y la maestra no marchó por André, aunque no lo reconocería nunca. Con el paso de los años André decidió que era hora de volver a vivir y que la maestra y él se merecían una oportunidad de ser felices por eso escribió una extensa carta pidiendo disculpas por su necedad y declarando su amor por ella, la dibujó un corazón en el sobre y la dejó en el buzón. Nunca recibió respuesta.

 La maestra había decidido, por fin, poner orden en su casa, era un cúmulo de libros y periódicos antiguos. Guardaba hasta las postales que le enviaba su marido desde cada nuevo destino prometiéndole regresar pronto a su lado; ella se lo imaginaba con una botella en la mano, abandonado por la mujer de turno, borracho y despechado escribiendo la postal a "su verdadero amor" pero sabiendo que a la mañana siguiente, superada la resaca volvería su instinto de cazador y saldría a buscar una nueva presa. Contaba a Shazia el desbarajuste que se había adueñado de su casa a causa de la acumulación de libros y otros papeles. No quería deshacerse de ellos, sería incapaz, pero se preguntaba si había alguna forma de crear un poco de orden entre tanto caos. La tendera entró en el cuarto que tenía habilitado como trastienda. 

- Esto es lo que necesitas - profirió Shazia de regreso a la parte principal del bazar

- ¿Qué es?

- Te traigo unas cajas de colores para que te organices. Observa que útiles son - dijo Shazia mientras desplegaba una de ellas

- ¡Oh! son más grandes de lo que pensaba - exclamó la maestra asombrada al ver el tamaño que adquiría la caja

- Además llevan unas ruedas incorporadas, así no tendrás que hacer mucho esfuerzo para trasladarlas y hasta pueden iluminarse a veces. Llévate estas tres, una de cada color para que separes tus "papeles" por tipos y si necesitas otras creo que podré conseguir alguna más.

 La maestra no esperó mucho para ponerse manos a la obra en su tarea de organización. Empezó con los libros, para ello utilizó dos cajas, en una archivó los de lectura y en otra los de texto que utilizaba para impartir sus enseñanzas. la otra la dejaría para periódicos, postales y otros documentos. Le resultó sencillo y cómodo el acondicionamiento de los libros ya que además las cajas tenían un mecanismo que mantenía su fondo a la altura de sus manos e iba bajando según se iba añadiendo peso y su movilidad era perfecta gracias a las ruedas. Lo que descubrió a posterior fue la luz. Al añadir un grupo de periódicos, de esos que el cartero, cuando aún existía el cartero, metía cada mañana en el buzón ( ahora la poca correspondencia que llegaba la dejaba en el ayuntamiento el furgón de reparto que atendía a toda la comarca, luego ella misma la distribuía) se iluminó la caja, ya se lo había advertido Shazia pero no le dio importancia. Sacó de nuevo los periódicos y la luz se apagó, los iba a introducir de nuevo cuando algo cayó a sus pies se agachó para ver lo que era, se trataba de una carta, miró el remitente, se trataba de André. Arrojó los periódicos al interior del contenedor pero esta vez la caja no se iluminó, aunque la maestra no se percató ya de ello. Shazia si lo notó pero sólo las plantas del invernadero podían haber visto la leve sonrisa que apareció en sus labios.

 A medida que pasaba el tiempo, el amor que surgió entre Mayan y Anoük se fue afianzando, los jóvenes vivían en su mundo feliz pero se iban dando cuenta que el pueblo se les estaba quedando pequeño, a menudo hablaban de ello. Shazia sabía de estas conversaciones y se sentía preocupada, aunque entendía sus razones.

 El furgón del reparto de correspondencia paró frente a la tienda, un hombre de pelo canoso entró en el bazar.

- ¡Buenos días!- saludó a Shazia

- ¡Buenos días, tenga usted ! ¿En qué puedo ayudarle?- contestó ella

- No sé si lo sabe pero soy el encargado de repartir la correspondencia en este pueblo.

- Si, lo sé, le he visto pasar alguna vez con su furgoneta por la carretera

- Bueno, el caso es que no he encontrado a nadie por el pueblo y he pensado que tal vez en la tienda hubiera alguien, aunque veo que está usted sóla 

- Sí aquí estoy defendiendo el fuerte, aunque como verá tampoco se necesita de mucha defensa - dijo Shazia irónica

- De eso quería hablarle. A la compañía para la que trabajo ya no le es rentable venir hasta aquí por la escasez de negocio que nos proporciona, No hay gente suficiente. Además yo en un par de semanas me jubilo  y a partir de ahí la persona que me va a sustituir ya tiene órdenes de variar la ruta y dejar lo que haya en el pueblo más cercano

- Pero está a unos cincuenta kilómetro de aquí 

- Es lo que tenemos, nosotros no decidimos, son los jefes los que toman estas decisiones. Por eso quería advertirle que alguien que tenga vehículo tendrá que pasarse por allí si quieren recoger la correspondencia y la paquetería

- Entiendo perfectamente la decisión, ni que decir tiene que el bazar no tiene mucho tránsito y debería cerrar  también, aunque yo nunca pierdo la esperanza, además la tranquilidad que se respira aquí no tiene precio. Ya me encargo yo

- Bueno, dicho queda - el hombre del pelo blanco giró sobre sus propios pasos, iba a salir de la tienda cuando escuchó la voz de la mujer.

- Disculpe, ¿Podría hacerme un favor?

- Claro, si está en mi mano

- Mire, es que acabo  de hacer un cartel adhesivo, una pegatina, donde promocionar mi tienda, y como usted pasa por muchos sitios he pensado que sería el adecuado para darnos un poco de publicidad.

 - No es lo correcto, la furgoneta es de la compañía y sería raro.

 Shazia le enseñó al encargado del reparto, una pegatina redonda de unos 10 centímetros de diámetro, en el centro había una foto preciosa de una cascada, la que estaba arriba del río en un paraje muy hermoso del pueblo. Alrededor de la foto de la cascada estaba escrito "El Bazar, obtendrá mucho por muy poco. En el pueblo más bonito de la región" pero no se leía de una vez sino a medida que pasabas la vista por las letras

- Ya veo que no abulta mucho, nadie me dirá nada, tampoco ya me pueden echar, ya me voy yo en un par de semanas- sonrió por lo bajo el hombre

- Le puedo pagar algo, aunque no mucho por la publicidad

- No mujer, de eso nada

 El repartidor salió del bazar, adhirió la pegatina en la parte superior de la luna delantera y se marchó pensando que quizás esta sería la última vez que transitaba por ese pueblo solitario. En el fondo lo echaría de menos.

  La pegatina ejercía un efecto hipnótico sobre quien la veía, eso lo sabía  Shazia, pero evitó decírselo al hombre del reparto. Al tiempo de jubilarse se enteró que la ruta se había reabierto, la afluencia de gente al pueblo había aumentado significativamente, y cada vez los que fijaban allí su residencia eran más.  De lo que nunca se enteró es que todo fue gracias al pequeño anuncio que él accedió a poner en el furgón.

 La relación entre Mayan y Anoük avanzaba a buen ritmo al mismo tiempo que progresaba el pueblo. El taller se había convertido en un referente de la zona, no sólo acudía allí la gente para reparar sus coches también se realizaban transacciones de vehículos de segunda mano. En cuanto al bazar, no había día que no entraran varios clientes, Anoük había demostrado sus dotes para el trato al público y Shazia fue delegando en ella la atención, le venía de perlas así podría dedicarse más a sus plantas.

 La maestra desde que descubrió la carta no había vuelto a salir, se encerró a colocar cada libro, cada cuadro, cada tenedor, cada puchero, cada bombilla y tornillo de su casa, limpió cada rincón, lavó toda su ropa, escribió mil respuestas, leyó doce libros de tirón, en realidad todo era una excusa. No sabía cómo decirle al hombre que amaba y del que un día se sintió rechazada, que después de un puñado de años había descubierto que él también la quería. Estaba dispuesta a perdonarle y contarle que su amor seguía intacto, tenía que decirle tantas cosas que cuando llamó a la puerta de André con la carta en la mano no pudo siquiera abrir la boca, sólo lloró. André la cogió de la mano la atrajo hacia sí, la abrazó sobraban las palabras y se besaron con el atardecer por testigo.

 La madre de Olivia llevaba ya cinco años ingresada en el hospital de enfermedades mentales de la comarca. Se había roto poco a poco, unos dijeron que fue a causa del vendedor guapo que la abandonó cuando estaba embarazada, otros por la genética porque su abuela también estaba un poco loca, incluso algunos hablaban de posesión demoníaca por las convulsiones que le provocaban sus ataques. En realidad una meningitis había actuado sobre su cerebro y su cuerpo causando ataques epilépticos y psicóticos que a veces derivaban en agresividad además de carcomerla por dentro. Los médicos convencieron a André para que internaran a su hermana en el sanatorio mental que daba cobertura a toda la región, era la mejor opción, aunque le caía un poco lejos. Su hermana componía canciones y grababa mensajes para su hija cuando su lucidez se lo permitía, esas grabaciones y algo de ropa fue el único equipaje que le entregaron a André junto con el cuerpo sin vida de su hermana, la enfermedad la había debilitado hasta la muerte. El féretro de su madre no fue el único que Olivia y el resto del pueblo tuvo que sepultar  ese soleado día de otoño, André y la maestra también fallecieron cuando acompañaban al coche fúnebre que transportaba el cuerpo sin vida de su hermana. Una piedra, resto de un derrumbe, estaba en medio de la carretera,  la maestra tomó la mano de André y este se volvió para mirar a la mujer que le había devuelto a la vida, pensó la suerte que tenía al tenerla a su lado. Fue un parpadeo de felicidad el que nubló su vista por un segundo, dio un volantazo para esquivarla y lo consiguió pero no pudo evitar saltarse los quitamiedos de la carretera. En un último gesto protector André abrazó a la maestra, luego el vacío les acogió con su calma etérea.

 El motor furtivo de un furgón rompía la serenidad del  pueblo con su sonido metálico y constante, dentro dos figuras hablaban entre susurros, Olivia pidió permiso para poner unas cintas de cassettes en el reproductor, la conductora  asintió mientras acariciaba el pelo de la niña. Habían pasado tres noches desde el entierro y Shazia supo que había llegado el momento de continuar. La niña se iría con ella, era lo que deseaba su madre, así lo decía en una de sus grabaciones, la misma que dejó en el bazar para que la escucharan Mayan y Anoük, esa cinta desprendía un aroma que los dos percibirían al escuchar y que abriría todos los sentidos de los chicos incluida la pasión, pronto sería abuela pero eso aún no lo sabían ellos.

Olivia se acomodó en el asiento y cerró los ojos acunada por la música

- ¿Me enseñaras ahora cómo adivinar el nombre de las cosas?

- Te enseñaré eso y muchas otras cosas más mi querida niña, pero no tengas prisa, llegará tu momento. Ahora duerme. 

    

   





 




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